Con un nombre
que tradicionalmente ha sido un sinónimo del humanismo, ¿quién podía imaginarse
que Erasmo fuese de todo menos tolerante? La figura de Erasmo de Róterdam (1466-1536) está llena de
connotaciones positivas. El humanista holandés encarna valores como la
integridad, el pacifismo, el ansia de conocimiento propia del esplendor
renacentista. Pero... ¿y si esta imagen estuviera en flagrante contradicción
con el personaje de carne y hueso?
Erasmo fue también pendenciero, misántropo, impertinente, borrachín...
Tuvo, sin embargo, un talento incomparable para autopromocionarse y difundir la
imagen opuesta, la de un hombre desinteresado, amigo fiel y amante de la
verdad. Resulta interesante que un autor tan asociado con la idea de tolerancia
pudiera ser tan injurioso con los demás. En una ocasión en la que un editor publicó
una obra adversa, su reacción fue atacarle con toda la artillería a él y a toda su
familia.
Alguien que le conocía bien dijo que podía ser un hombre útil en tiempos
de paz, pero no en medio de una guerra. El juicio era exacto. En el conflicto
entre la Iglesia católica y el incipiente protestantismo, intentó nadar y guardar la ropa. Estaba de
acuerdo en algunos puntos con las críticas a la religión oficial, pero no como para romper con la obediencia al papa. Eso no impidió que le acusaran
de ser el responsable intelectual de la Reforma: “Usted puso el
huevo y Lutero lo empolló”. Al parecer, su respuesta fue igualmente irónica:
“Sí, pero yo esperaba un pollo de otra clase”.
Erasmo pecó muchas veces de cobardía, como cuando no hizo nada
para defender a su amigo Tomás Moro, sometido a juicio
por oponerse al
divorcio de Enrique VIII de Inglaterra. Tomó entonces partido por el rey, al igual que en otras circunstancias se
decantará por el más poderoso. Ni siquiera intentó ponerse en contacto con la
familia de Moro para ofrecer una palabra de consuelo.
Tras la ejecución del inglés, apenas salió de su pluma un breve
comentario en el que vino a decir, con lenguaje florido, que él se lo había
buscado. Por ser tan imprudente como para meterse en un peligroso asunto
teológico, en lugar de dejar la cuestión a los especialistas.
Pese a sus múltiples defectos, el autor de Elogio de la locura poseía un
alto concepto de sí mismo, como todos los ególatras. Por eso, en su testamento dejó
una fuerte suma para la publicación de sus obras completas en edición de lujo.
El dinero para los pobres venía después de esta prioridad y de la parte
dedicada a los amigos. Bueno, a aquellos que conservó, porque en el camino
perdió a muchos después de que dejaran de serle útiles. Quería estar a bien con
romanos y cartagineses, así que a la larga solo conseguiría ganarse más y más
adversarios. No obstante, gracias a la magia de su pluma, se labró una imagen
de intelectual excelso, sin conexión con las mezquindades humanas.
Bibliografía:
Zweig, S. (2006): Erasmo de Rotterdam. Triunfo y Tragedia, Paidós Testimonio, Madrid.
Bibliografía:
Zweig, S. (2006): Erasmo de Rotterdam. Triunfo y Tragedia, Paidós Testimonio, Madrid.
No hay comentarios:
Publicar un comentario